Presentamos un extracto de una conferencia pronunciada por Juan Gabriel López Guix, traductor de nuestra edición de Alicia, en las XI Jornadas en torno a la Traducción Literaria, celebradas en Tarazona en 2003. Puede consultarse de modo completo en la revista Vasos comunicantes

Uno de los «placeres» de traducir un clásico es que uno se encuentra con la mitad del trabajo hecho. Siempre cuentas con la ayuda de un gran número de eruditos, investigadores, críticos y editores que ya han hecho por ti buena parte de la primera mitad del trabajo, la referente a la lectura y la interpretación. No estás solo y es una sensación reconfortante. Lo percibí cuando traduje una antología de los Ensayos de Montaigne y me ocurrió con Alicia. Sin la inestimable ayuda de Martin Gardner —y de sus tres Alicias anotadas—, el resultado habría sido diferente. Para empezar, ni siquiera habría podido cumplir con los plazos de entrega (lo cual es siempre un condicionante de primer orden cuando se trabaja para un gran grupo editorial).

Martin Gardner me ahorró una enorme cantidad de trabajo de investigación, me ayudó a comprender el texto y me enseñó a leerlo. Me acompañó durante todo el viaje. Nunca me sentí desamparado, nunca estuve solo descifrando las complejidades, los juegos de palabras y las ironías del texto.

Curiosamente, en el momento de mi escritura —de mi reescritura— tuve que superar una sensación que percibía como paralizante y derivada precisamente de ese mismo fenómeno, el hecho de no estar solo, de que muchos otros traductores —muchos más de los que entonces creía— habían luchado con los mismos problemas a lo largo de los años y seguramente habían encontrado soluciones brillantes que yo ya no podría utilizar.

Como forma de manejar esa incomodidad, pospuse la decisión de consultar otras versiones hasta tener un borrador aceptable. Temía que si veía otras soluciones a los problemas que debía resolver, no sólo me parecerían buenas, sino únicas. “¡No hay sitio, no hay sitio!”, gritan el Sombrero Loco y la Liebre de Marzo a Alicia cuando la ven acercarse. Ése era justamente mi temor, oír una voz interior que me dijera: “¡No hay otra solución, no hay otra solución!”. Por eso, para evitar el síndrome de la merienda de locos, decidí aplazar mi visita a los otros traductores.

 

Trabajando en mi versión de Alicia experimenté de nuevo la diferencia entre leer y traducir. Había leído el libro varias veces, tanto en castellano como en inglés, pero al cabo de unas pocas páginas de traducción caí en la cuenta o, mejor dicho, cayó sobre mí el convencimiento de que nuestro título tradicional, Alicia en el país de las maravillas, estaba equivocado o, al menos, inducía a error. Fue como una revelación. Ocurrió cuando descubrí que leía el verbo wonder, «preguntarse», por tercera o cuarta vez. Eso me hizo volver atrás, aguzar las antenas y percibir el contraste entre la falta de interés (el tedium vitae) descrito en la primera frase del cuento «Alice was beginning to get very tired of sitting by her sister on the bank and having nothing to do…» y los ocho «preguntarse», las tres «curiosidades» y el «sorprendida» que aparecen en ese primer capítulo. Alicia en el país de las maravillas suena muy bien en castellano, con sus doce sílabas, su repetición de tres vocales y sus íes tónicas; pero en ese título el énfasis está colocado en los prodigios del mundo que descubre la protagonista bajo tierra, y no en su asombrarse y preguntarse. Todo esto quizá se acerque a la perogrullada para un público anglosajón, puesto que el título inglés permite las dos lecturas; sin embargo, en el caso de los hispanohablantes, el título tradicional dirige nuestra aproximación al texto y hace hincapié sólo en una parte de la historia, que no es la más importante. Lo más importante —dicho en palabras nuestras y no de Carroll—  es la relevancia acordada a la frescura de una mirada que se sorprende con la otredad y que es capaz de subvertir la lógica del lenguaje y del mundo de los adultos. Y creo que esta interpretación podría verse reforzada si acudimos al sentido etimológico del nombre Alicia, αλήθεια, «verdad». De admitir esta lectura, el título verdadero, el título oculto tras el título, podría ser: La verdad en el país de la indagación. Por supuesto, la conclusión de todo esto no es que pretendiera cambiar el título, que es ya una frase hecha y un cliché cultural, mi intención aquí es subrayar esa intensidad traductora que permite arrojar luz sobre un aspecto capital de la obra oscurecido por el automatismo del título con que tradicionalmente la conocemos.

 

Otro efecto sorprendente de mi lectura como traductor fue que hasta entonces no había sido plenamente consciente de lo cuidadoso que se tenía que ser con el sentido del «sinsentido» en ciertas partes de Alicia. Los nombres de los personajes (Gato de Cheshire, Sombrerero Loco, la Liebre de Marzo, etc.) no corren peligro de sufrir modificaciones en la traducción; sin embargo, hay otras partes en que sentí que estaba ante una disyuntiva en la que debía elegir entre una opción que apostaba por el absurdo, el juego, la fantasía o el disparate (más a lo Ionesco) y algún tipo de solución más referencial, que jugara con la realidad, no al margen de ella.

La traducción de caucus-race fue un caso similar. Caucus nos es más familiar como palabra estadounidense. En Inglaterra hace referencia a un rígido sistema de organización por medio de comités en el interior de los partidos políticos. Según Gardner, «Carroll may have intended his caucus-race to symbolize the fact that committe members generally do a lot of running in circles, getting nowhere, and with everybody wanting a political plum»[1]. En mi versión deseaba conservar con cierta claridad la vitriólica crítica que percibía al sistema político. Más tarde descubrí que casi todos los traductores consultados se habían decantado por «una carrera en comité» o «una carrera de comité». No acaba de sentirme a gusto con ese tipo de solución por las mismas razones expuestas en el caso del treacle well «pozo de melaza». Las palabras quedan demasiado alejadas de su base referencial, como si se les quitara la posibilidad de tener sentido y nos quedara sólo el sinsentido. Un traductor de los consultados (Ramón Buckley) había utilizado una solución similar, «una carrera electoral». Posteriormente, pensando de nuevo sobre el tema, se me ocurrió una «carrera parlamentaria».

 

Uno de los problemas curiosos que me encontré en la traducción de Alicia fue el relacionado con el género, con la discrepancia entre género natural y género gramatical. Tanto la Oruga, la Liebre de Marzo, la Falsa Tortuga como la Jota de Corazones, entre otros, son personajes masculinos. Es evidente en las imágenes de Tenniel —que son ya una interpretación—, y el propio texto no deja dudas al respecto. Cuando Alicia se dirige a la Oruga lo hace tratándolo de «sir»; refiriéndose a la Liebre de Marzo, el Sombrerero dice que algo ocurrió «just before he went mad»; de la Jota se dice que está «in chains, with a soldier on each side to guard him»; etc. Así, aparecía de pronto una discepancia entre el género natural de los personajes y el género gramatical de sus nombres, lo cual se acentuaba por la obligatoriedad del castellano de explicitar el género y daba lugar a disonancias en algunas frases. El modo que encontré de abordar esta dificultad inesperada fue reforzar, con ayuda de pronombres y sustantivos, el carácter masculino de los personajes: «eso fue antes de que éste se volviera loco»; «un cortesano, la Jota, estaba de pie ante ellos, envuelto en cadenas, flanqueado por dos soldados que lo custodiaban»; etc. Más tarde vi que otros traductores no habían sentido esta incomodidad y habían utilizado sin reparos el femenino cuando era necesaria una explicitación: en las cinco versiones consultadas la Falsa Tortuga era una señora y en tres de ellas también lo era la Oruga, cuando en ambos casos Alicia se dirije a ellos como «sir». Entiendo que son opciones perfectamente lícitas y que en esos casos el traductor optó por acercarse al polo de la aceptabilidad, según la terminología de Gideon Toury. Mi opción fue buscar un mayor compromiso con la adecuación intentando mantenerme dentro de los límites de lo aceptable.

 

Cuando hube completado lo que juzgaba una versión aceptable, me sentí con las suficientes fuerzas para mirar el trabajo de otros. En aquel momento no sabía cuántas ediciones existían con exactitud. Hice una búsqueda más o menos superficial y conté entonces varias decenas de editoriales con ediciones en el mercado. Elegí primero cuatro versiones (Jaime de Ojeda, 1970; Francisco Torres Oliver, 1984; Ramón Buckley, 1984; Luis Maristany, 1986), pero añadí luego otra más (Mauro Armiño, 1983). Mientras traducía el texto, creé una pequeña lista de distribución con otros traductores y la utilicé para enviar fragmentos, pedir ideas (con la petición explícita de que no se consultaran otras versiones) y probar soluciones[2]. Al final, alguna de las soluciones publicadas procede de la generosa colaboración de mis corresponsales. Cuando hube casi concluido el trabajo, nos reunimos una dorada tarde de mayo en mi casa para una merienda de traductores. Había seleccionado algo más de una docena de fragmentos del original con juegos de palabras y procedimos a cotejar las versiones. Encontramos buenas soluciones y algunas similitudes sorprendentes. En general, se consideraron mis soluciones aceptables y mi versión pasó la prueba de fuego de esa comparación.

Deseo subrayar, por otro lado, que mi celo y mi sensibilidad aguzada ante determinados problemas son en parte fruto del acicate del trabajo de los traductores que me precedieron, que no dejaron de ser un estímulo intelectual para no flaquear en la profundización de la lectura y en mis esfuerzos de reexpresión.

 

[1] Gardner, ibídem, p. 32, n. 2.

[2] Carroll hizo lo mismo con las primeras versiones de las traducciones a otras lenguas. Hay cartas al editor Macmillan fechadas el 18 de agosto (desde Moscú) y el 9 de octubre de 1867 pidiendo seis juegos de galeradas de la traducción francesa y la alemana para distribuir entre sus «asesores lingüísticos». Véase Weaver, op. cit., pp. 36-38.

Juan Gabriel López Guix es traductor profesional y profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es también responsable de la traducción de la edición de Folioscopio de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo.

Fuente y artículo completo de este extracto en la revista Vasos comunicantes: https://vasoscomunicantes.ace-traductores.org/2019/09/20/alicia-en-el-pais-de-la-traduccion/

Todas las ilustraciones corresponden a la edición ilustrada por MinaLima, editorial Folioscopio (2021).